Permítanme decirles lo que creo acerca del proceso electoral en marcha: la decisión sobre la persona que, al menos en apariencia, dirigirá a México de 2012 a 2018, fue tomada hace ya mucho tiempo, de espaldas a lo que pensamos los ciudadanos a quienes nos afectan las políticas públicas. No se trata sino de un gran montaje, carísimo y con cargo a la población, destinado a darle un rostro democrático a una farsa ilegal, inmoral, tramposa y antidemocrática. El 1 de diciembre próximo tomará posesión de la presidencia quien mejor asegure los intereses de los dueños del gran capital. Y pónganle el nombre del magnate que prefieran, al fin que no le van a fallar. Da igual.
El sistema político-económico de corte neoliberal, al que yo prefiero llamar “capitalismo de cuates” (donde las utilidades son privadas y las pérdidas son públicas), en descarada marcha desde 1982 con Miguel de la Madrid, no puede darse el lujo de permitir que la población decida a quien poner en la presidencia.
Andres Manuel López Obrador era y es, definitivamente, un gran peligro. Pero para el gran capital, porque amenaza con poner en manos de la gente un poco de la riqueza nacional. Pecado mortal, ya que esa riqueza es para los cuates, no para la raza. Es un populista, claman todavía. Pero casi nadie se cuestiona qué es lo opuesto al populismo (gobernar para el pueblo). Es decir, gobernar para las élites. Tan peligroso lo consideran que se aseguraron de arruinarlo políticamente en el 2006 y no va a llegar NUNCA a ser presidente. Y yo acepto que me la creí y en 2006 acudí convencido de votar por felipe calderón (en minúsculas, como minúsculo es ese pobre indigente neuronal… es como una chinche: pequeño, insignificante, pero cuánto daño puede hacer y ha hecho). Ya no tiene remedio.
Con todas las campañas, así como las elecciones del 1 de julio y todas sus impugnaciones y circos mediáticos, estaremos haciéndole el juego a quienes realmente deciden. Claro, todos tenemos derecho a creer que nuestro voto cuenta. Aunque no cuente, pero sí cueste. Y mucho.
Mención aparte merece el ejercicio de adocenamiento del 29 de abril, cuando vayan los niños a votar para irlos metiendo al redil. Es igual a los mini-carritos de mercado que podemos ver en muchos supermercados. Creando clientes y lealtades desde pequeños. Que no piensen ni cuestionen. Que solo consuman, que es eso para lo que los necesita el sistema. Qué ganas de decirles a los genios del IFE lo mismo que Pink Floyd: “Hey, teacher, leave the kids alone!”.